La temperatura de servicio es fundamental para disfrutar de un vino en su máxima expresión.
La temperatura de un vino debe ser la adecuada al servirlo, ya que influye no solamente en el aroma, sino en el gusto, porque puede perder gran cantidad de sabores en ese proceso
Aroma: Cuanto mayor es la temperatura de un vino, más volátiles serán sus aromas y, por lo tanto, más intenso nos resultará. Ahora bien, a partir de una cierta temperatura, los vinos se vuelven ardientes y alcohólicos. Al contrario, cuanto más baja es ésta, menos intenso y aromático resultará.
Gusto:
Dulce: la sensación de dulzor y de alcohol se potencian al subir la temperatura, por eso hay que servir los vinos dulces fríos (pero no helados).
El carácter ardiente, que es la suma de la acidez y el alcohol, también se potencia con el calor.
Salado, amargo y astringencia, al contrario, se refuerzan al disminuir la temperatura. Esto explica que un tinto estructurado no deba servirse nunca frío.
La dureza, que es la suma de la acidez y la tanicidad, se potencia con el frío.
Efervescencia: El gas carbónico se libera con más rapidez si la temperatura es alta, por lo tanto, los espumosos deberán servirse fríos y mantenerse en una cubitera con agua y hielo a lo largo de la comida.
Temperaturas de servicio ideales
• Espumantes de 6º a 8ºC.
• Blancos jóvenes de 7º a 10ºC.
• Cosechas tardías de 8º a 12ºC.
• Blancos de guarda de 10º a 12ºC.
• Rosados de 10º a 12ºC.
• Tintos de guarda de 16º a 20ºC.
• Fortificados de 18º a 20ºC.